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Las cuentas del alma de Carmen María Guevara

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La cercanía de Carmen con el cáncer no fue extraña para ella, así que cuando llegó su turno de vivirlo, de sentir sus efectos y el dolor que causa, lo hizo desde el amor, la fortaleza y la sabiduría que da el haberlo visto de cerca antes.

Carmen María Guevara ¡Mi amiga! no pudo superarlo, la realidad que afrontó y su contexto la hicieron perder la batalla mortal.

Dejó un gran vacío, pero una enseñanza aún más grande:

“Hay que seguir adelante”

Aquel 24 de diciembre de 2021, día de Navidad, cumpliendo con la tradición, envié mensajes a varios de mis amigos. Las líneas telefónicas ya estaban colapsadas, pero yo tenía la esperanza de que muchos de esos mensajes, tuvieran una pronta respuesta.

Siendo honesto, no disfruto mucho las fiestas decembrinas, la mayoría de

mis amigos se fueron de Venezuela y solo nos quedó eso: Un mensaje.

En mi lista de afectos estaba Carmen María, una mujer que pasó de ser una historia más que contar, para convertirse en una amiga muy especial. Esa noche le escribí porque quería saber cómo pasaba la Nochebuena, tal vez el caos telefónico conspiro para que el mensaje quedara en un limbo y se diluyera entre cohetes y regalos del niño Jesús.

Al día siguiente, a las 7:00 de la mañana, recibí como respuesta, una sentencia: “Dani, mi mamá murió anoche.” Era Katherine, hija y cuidadora de Carmen María. Leer ese mensaje dejó en mí una sensación desoladora. La mujer que luchó por sanar, por vencer al cáncer, murió en medio de un día de celebración, de una festividad que honra a la familia, donde tradicionalmente esperamos el nacimiento del niño dios…

 ¡La Pana Carmen Guevara se nos fue!

Carmen llegó a mi vida gracias a Leivys Montero, también paciente oncológico, cuando conocí a Carmen María, fue sencillo acercarme, pero antes de nuestro encuentro, ella estaba llena de dudas que no la dejaban decidir el recibirme. Le envié decenas de mensajes y le hice muchas llamadas, hasta que accedió con un dulce: “Vale, chico, vente a mi casa”.

Fue así como el 4 de agosto de 2021, en plena pandemia mundial, fluyó nuestro encuentro. Cerca de la 1:00 de la tarde, nos vimos en su casa, de la parroquia San Agustín del norte,

aquí en Caracas.  Allí en su hogar, en su intimidad, Carmen comenzó a contarme sobre su enfermedad. Padecía de un carcinoma en el seno derecho, que luego se extendió al pecho izquierdo. Su lesión era la evidencia visible y palpable de que el cáncer duele en la piel y que te carcome hasta lo más profundo del alma, a Carmen María no le daba vergüenza que se hiciera evidente como su piel había sido calcinada parcialmente por los tratamientos y con mucha dignidad apostaba a que jamás se echaría a morir sin luchar hasta el último minuto.

Aquella mujer ya sabía lo que era luchar y vencer el cáncer: su hijo mayor, Yosuar Tarazona, padeció de leucemia y esa experiencia la hizo prepararse para una nueva y dura batalla.

Recordaba ese tiempo como un proceso agotador, donde en familia lograron salvar la vida de su joven hijo.

Katherine, hija de Carmen, donó a su hermano líquido de su médula ósea, regalándole un aliento de vida y así, la luz entró nuevamente en el hogar de Carmen María.

El tiempo paso y ésta vez fue Carmen quién desarrolló un agresivo cáncer de mama. En sus palabras, reconocer cada uno de los signos fue un proceso doloroso y agobiante. La oscuridad la arropó en diciembre de 2019, Carmen María sebañaba antes de ir al trabajo, cuando observó una extraña inflamación en su seno derecho. Suspiró, se preocupó, decidió ir al médico, en el hospital le indicaron someterse a una mamografía, cinco días después, el bulto había crecido aún más.

En primera instancia los médicos probaron recetándole antiinflamatorios, pero no hubo resultado, finalmente la recomendación fue hacerse una biopsia. Debían despejar todas las dudas. Carmen María prefirió esperar a que pasaran las fiestas de Navidad, irónico cómo estás fechas marcaron su vida. Llegó enero y con la ayuda de una familia a la que le trabajaba desde hacía años, como servicio, pagó el examen. Así se enfrentó al diagnóstico, a ese miedo que nunca dejó de vivir en lo profundo de su corazón: El cáncer, ese visitante incomodo, volvía a entran en su hogar.

Al momento de contarme su historia, recordó la fecha en que le dieron a conocer su diagnóstico:

“Fue el 3 de enero de 2020” recordó que, al tener los resultados en la mano, lloró porque sabía lo que significaba vivir con la enfermedad, pues su abuela, dos de sus tías y su hijo mayor padecieron cáncer en el pasado. De todos ellos, solo su hijo Yosuar logró superarlo.

Carmen María tenía muy claras las condiciones en las que tenía que intentar vivir:

“Eran otros tiempos y la crisis económica no estaba tan fuerte como ahora”.

Después de esa conversación, de conocer desde su propia piel y voz, su historia, nuestra relación se tornó más empática.

Además de la ayuda que necesitaba y la fuerza que tenía, ella quería ser

escuchada y atendida sin obligar a nadie a hacerlo, deseaba que las acciones

nacieran en las personas por sí solas. Y así fue.

Comencé a llamarla semanalmente, nuestras conversaciones se volvieron importantes para ella: Me contaba de sus visitas al hospital Padre Machado y su paso por la unidadoncológica del Hospital Domingo Luciani.

Un día, incluso la acompañé a sus sesiones, desde la distancia, pero en el mismo lugar, le di ánimos, ella se sonrió, necesitó el mejor de los apoyos y yo agradecí ser testigo de su lucha personal.

En esa oportunidad, estuvo con sus hermanas, allí pude darme cuenta que ella era toda voluntad y optimismo, mientras transitaba ese durísimo proceso, de enfrentarse al cáncer, veía las fortalezas de Carmen, pero yo también pensaba en lo débil que ella regresaba a casa.

A medida que pasaban los días, su cuerpo se hacía frágil, su condición le generaba una anemia que la debilitaba cada día más.

El 14 de octubre de 2021, Carmen María llegó al Oncológico Padre Machado de la mano de su hija Katherine, urgidas de conseguir una transfusión de

sangre porque sus valores habían caído drásticamente. Esperaron durante horas para que el personal de salud consiguiera su tipo de sangre y aún después de encontrarla, pasaron unas horas más para que la transfundieran. Yo estaba allí, en ese lugar donde sientes las angustias de todos, donde cada ser humano vive y padece su propio proceso, pero Carmen me dolía mucho.  Su brazo hinchado era el único sitio donde Katherine conseguía darle consuelo.

En los días posteriores nos abocamos a una campaña por Instagram, también en su cuenta de GoFundMe, historias de WhatsApp y otras redes sociales, no se logró mucho.Teníamos esperanza, pero era evidente lo que pasaría en un contexto como el nuestro: En Venezuela, la mayoría de las personas no pueden llenar su propia nevera con los

alimentos básicos, colaborar con una causa cómo está, era un lujo, los aportes serían reducidos.

Necesitaba una intervención quirúrgica en una clínica privada y su hijo Yosuar, quien emigró a Chile para trabajar, apenas podía cubrir los gastos del tratamiento.

Katherine debía asistir y cuidar a Carmen María en su casa y en el hospital, esa dinámica la hizo acumular numerosos permisos laborales, pero ay madre era lo primero y más importante.

Durante su segundo ciclo de quimioterapias, la pana Carmen ya no tenía fuerzas para atender mis llamadas telefónicas, no podía responder ni los mensajes de texto, sus manos ya no sostenían el teléfono. Su voz cansada, era sinónimo de que su cuerpo entero era cada vez más débil y poco a poco, ella se fue diluyendo, Carmen María Guevara se apagaba.

En una breve conversación telefónica que logramos sostener, me dijo: “No me abandones amigo” esa frase fue la señalpara mi corazón y me dije: Negro ¡Debes ir a verla!”

Así, el sábado 13 de noviembre del 2021, a las 2:00 de la tarde, vi por última vez en vida a mi amiga Carmen María.  Ese día, mi amigo y colega, Guillermo Suárez me esperaba para ir a la presentación del Sistema de Orquestas en el patio de la Academia Militar de Venezuela. Esos chamos anhelaban romper un record Guinness, pero pensaba y anhelaba el milagro para mi amiga Carmen María Guevara, llegué a su casa con un pollo a la brasa, porque me lo pidió con mucha ilusión. Esa tarde la acompañaban sus hijos Katherine y Lincoln, junto a su nieta. Carmen, estaba sentada en una silla de ruedas, su pecho descubierto, repleto de costras en las heridas. Solo la protegía de insectos y bacterias una manta clínica. La luz de aquella tarde se dejaba colar por la ventana, intentando iluminar esa sala, donde la sombra se hacía perpetua, la sombra dolía. Sus fuerzas eran tan pocas, que ese día Carmen solo movía su cabeza para responder.  Su deseo era comer ese pollito, pero el apetito no la acompañó.

Yo observaba un líquido cristalino que salía de su piel rota, mientras ella, mi pana Carmen María, veía por esa ventana la luz que entraba, había una televisión encendida frente a ella, pero sentí que su mirada estaba perdida, no hacía caso a la pantalla, su respiración era baja, como cuando la vida se está yendo en cada exhalación. Sus hijos la atendían, cuidaban de ella, la ayudaban a alimentarse, pero su energía se estaba apagando y solo quedaba la fe en la dura radioterapia.

Yo seguí conectado a Carmen María de alguna manera. Me comunicaba con Katherine para saber de ella, con Lincoln (su hijo menor) y sus conocidos en San Agustín. Todos me contaban lo mismo, “la más popular”, como la conocían, ya estaba muy frágil, era una hoja de árbol en otoño.

Pasaban los días y solo los mensajes de texto me hacían saber cómo amanecía

Carmen. Desde entonces, no pudimos compartir más, ni siquiera yo podía ir, sus fuerzas se perdían y no quería ver a nadie. Aun así, la comunicación fue constante hasta el día de su fallecimiento. Esa mañana del 25 de diciembre de 2021, después de leer aquel mensaje de Katherine que me dolía en el alma, tomé un autobús para ir a su hogar, sabiendo que no había podido ser su niño Jesús. Allí encontré a todos con un dolor que los molía por dentro. La madre de Carmen (Dios perder una hija) y una de sus hermanas lloraban en la sala. Sus hijos y su nieta estaban en el cuarto. El lamento era unísono: “Se me fue mi mamá, Daniel”, me decía Katherine. Para el momento, el cuerpo de Carmen María ya no reposaba en su cama, se lo había llevado el carro fúnebre.

Algunos decían: “María dejó de sufrir”, pero eso no evitaba que, en esa casa, en

pleno centro de San Agustín, donde aún los fuegos artificiales, la resaca y los niños abrían regalos, el dolor estuviese muy vivo.

Estuve allí con su familia, sin hablar. Fue lo único que hice hasta el día siguiente, pues Carmen María sería velada en su casa.

A aquel espacio entró el cuerpo de Carmen de la mano de los hombres de su familia. Lincoln y Katherine se aferraron a la urna y después de toda una vida de un contacto lleno de calor, los separó el cristal y la eternidad. Ellos sabían que después de aquel día, nada sería igual.

Durante el funeral, comenzaron a escucharse palabras que adornaban a la fallecida Carmen María Guevara. Para unos era el alma de la fiesta, para otros ella era la mujer de las palabras de ánimo y alegría, pero para sus hijos, era un ser superior. Los tres lloraron con un dolor profundo. Para era esa mujer sencilla, que solo quería ¡Vivir! y vivir bien, no fue millonaria en dinero, pero tenía un espíritu inquebrantable, ella es de esos personajes que debe trascender en vida. Allí todos decían: «Ella no merecía sufrir«.

Su hijo Yosuar, el que sí venció al cáncer, vio todo desde la pantalla de su celular en Chile. Sentía dolor por no poder acompañar a sus hermanos y en especial, por no haber podido abrazar una última vez a su madre, esa madre que llenó de amor y abrazos su vida.

El flaco me decía “¡Hermanito se me fue mi mamá, esto es muy duro para !”.

Yosuar, siempre fue consciente que desde Venezuela no iba a poder ayudar con los gastos del tratamiento de Carmen María, por eso decidió emigrar. Seis meses después de la muerte de su madre, a Yosuar le llegaron todas las facturas de las sesiones de radioterapia que recibió su mamá, en la clínica privada Centro Médico Docente La Trinidad en Caracas.

Los días pasaron y Katherine viajaba en sus recuerdos, incluso hoy lo hace. Para

ella, la ausencia de Carmen es muy profunda, es un vacío con el que aprende a vivir, pero que no supera. Al principio, ese vacío fue tan abrumador, que ella junto a su hija y su hermano, pasaron unos días en una casa en lo más alto de la parroquia San Agustín. Quizás querían rozar ese cielo donde ahora está Carmen María.

Katherine me contaba que enero de este 2022, fue un mes lento y que su madre le hacía muchísima falta. Febrero lo vivió con cierta rapidez, pero el dolor seguía intacto. De hecho, el día 24 de ese mismo mes, Carmen María habría cumplido 50 años de vida. Sus hijos y amigos, no dejarían pasar la fecha, así que llevaron al Cementerio General del Sur lo necesario para cantarle el cumpleaños, aunque ella ya no estaba físicamente ahí, en esa tumba donde reposan sus restos mortales, su gente creían que Carmen podía sentir desde allí el amor de todos. Ellos me invitaron a acompañarlos y estando en ese lugar, entendí que ya no era un fotoperiodista, ahora de alguna manera, formaba parte de su familia.

Esa tarde Lincoln se sentó frente al sepulcro de su mamá en silencio, respiró profundo y se levantó para sumarse a los demás que celebraban a su madre.

Ha pasado un tiempo y con él está llegando la resignación a la muerte de Carmen María Guevara. Sus hijos la extrañan, pero saben que sufría, que ese cuerpo maltratado ya nocoincidía con su alma y que ahora ella está en paz. Su espíritu se mantiene con ellos y también en mí.

  • Fotografía de:

    Daniel Hernández.

  • Agencia

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    Ensayo