En Vuela de La Hoya, un barrio de Guarenas, veo a Jairo Centeno, de 11 años, oculto en el patio de una casa. Tiene unas varitas de hierba en las manos y en la boca. ¿Para qué serán? Jairo se junta con tres niños más y hacen unos papagayos pequeños, que después los vuelan muy altos desde el techo de la vivienda. Son alrededor de las 6 pm, y ya el sol se oculta, pero a ellos no les importa. Desde su platabanda se divierten. Una de las cometas se enreda en un árbol. De inmediato, uno de los pequeños la descuelga y siguen jugando. El papagayo es el juguete artesanal del niño de escasos recursos que no sale de su casa. Ahora con el covid dando vueltas y las escuelas cerradas, es también un alivio para pasar su tiempo. Y yo los veo y sigo haciendo fotos para esta galería, sin planificar nada.
Robert es el hijo más pequeño de Gerardo, vecino de mi mamá en Turumo. Pasa horas en el techo de la casa. Se ha tostado más la piel por las tantas horas que pasa acercando su cometa al sol. Recuerdo que yo, en el mismo barrio, también hacía mis papagayos. Mi vieja prefería que yo estuviera jugando sobre la casa que en la calle, con los otros niños. De adulto entendí por qué. Robert me recuerda a mí. Su mamá también le dice que tenga cuidado con el papagayo y los cables eléctricos. Los barrios populares de Caracas se llenan de papagayos en las tardes. Es el mejor momento para volarlos. Para los niños se detiene el tiempo. Solo importa que sople brisa, que no llueva y que no se oigan balazos, algo frecuente en Venezuela.
Pabilo, verada, plástico o papel y cola e’ trapo. Con eso tiene Erick para hacer su cometa en el enorme barrio José Félix Ribas . Erick es nieto de Elisa y sobrino de Jesús Piñero, Erick construyó, solito y emocionado, un papagayo hexagonal. Armó el esqueleto uniendo las veras con hilo. Luego lo forró con el plástico de bolsas recicladas. Para la larga cola de trapo usa las sábanas que se rompen.Al otro lado del cerro donde viven Erick, Elsa y Jesús, está Carpintero, un barrio en la colina más alta que tiene la favela de Petare. En estos días, en las tardes, se ven muchos colores revoloteando en el bonito cielo caraqueño. Muchos pequeños se suben sobre el techo de la escuela Bartolomé Salón para hacer volar sus cometas. A estos muchachos, cuyas familias no pueden pagar una consola de videojuegos, las panorámicas de sus cerros, la brisa cómplice y sus papagayos los compensan con creces.